Oscura hojeó con interés las páginas de esos informes y, no sin aprensión, se detuvo en las fotos de los cuerpos de esas personas asesinadas.
Las fotos retrataban distintos momentos de las autopsias y, para su sorpresa, Oscu no experimentó desvanecimientos ni revolvimientos de estómago, sino una especie de compasión tardía por la vulnerabilidad de esos fiambres, yacientes en frías mesas de metal.
Oscura recuerda ahora especialmente a un gordo patachero, de ésos que acumulan su gordura de la cintura para arriba, espatarrado sobre la mesa de autopsias. Tenía el pelo crespo y los rulos humedecidos. Tenía el cuello rollizo y una barba de dos días.
Los genitales blandos se distinguían entre las piernas mal cruzadas.
Sabiendo que es absurdo, todo lo que quisiera Oscu en ese momento es poner una frazada para abrigar ese cuerpo, y también para defenderlo de la humillante exhibición, no consentida, de su desnudez.
Otra foto que recuerda Oscu es la de una anciana violada y asesinada por tres cabros. ¿Qué pasa por la mente de esos chicos, se pregunta Oscu, que ante ese cuerpo no fueron capaces de piedad alguna? Oscura mira la boca del cadáver, sumida por la falta de dientes, los pechos indefensos y la cabellera enmarañada. Nuevamente, siente ganas de abrigar y tal vez hasta abrazar ese cuerpo frío, plenamente consciente de la inutilidad del gesto.
La mujer, según el relato de la investigación, gritaba y suplicaba que la dejaran en paz mientras los tipos la violaban por cada orificio que ella, en su lucha, dejaba descuidado. A la vez, la apuñalaron en el cuero cabelludo, penetrando hasta su cerebro con un punzón, heridas que le causaron la muerte.
Oscura supo después que el cabro más joven, de 14 años, había reconocido ser el autor de las puñaladas en la cabeza y, con un encogimiento de hombros, habría comentado a los policías: "chis, más lo que se quejaba, la vieja de mierda..."
